Los Evangelios nos hablan de numerosas apariciones del Resucitado ocurridas el día de Pascua. Si es legítimo expresar preferencias, la que más me conmueve es la aparición a María Magdalena, llorando junto al sepulcro vacío.

Jesús se acerca a ella y le dice: “¿Por qué lloras?”. Mujer, tus lágrimas ya no tienen por qué brotar de tus ojos. A menos que llores de alegría o de amor. Ya ven: el cerro del Calvario, que anteanoche era sólo una calavera cubierta de barro, hoy de repente quedó inundado por un mar de hierba. Las piedras quedaron cubiertas de terciopelo. Las zonas manchadas de sangre están llenas de anémonas y asfódelos. El cielo, que el viernes era un trapo aterrador, hoy está claro como un sueño de libertad. Estamos apenas en el tercer día, pero estas pocas horas fueron suficientes para que el mundo diera un salto de milenio. No, no midáis en los calendarios de los hombres la distancia que separa esta luminosa aurora del lívido atardecer del último viernes. No ha pasado el tiempo: ha pasado una eternidad. Mujer, tú no lo sabes: pero hoy comenzó la nueva creación.

También yo, en el día más solemne de la Pascua, debo hacer a cada uno de vosotros la misma pregunta que hizo Jesús: "¿Por qué lloráis?". Tus lágrimas ya no tienen motivo para brotar de tus ojos. A menos que sean el último hilo de un antiguo grito. O el último chorro de una vieja reserva de dolor de la que tu alma aún no ha podido liberarse. Sé que te lo pasas bien diciéndome que estoy divagando. Sé que tienes mil razones para acusarme de locura. Sé que no te faltan argumentos para apuntalar tu desesperación. Lo sé.

Quizás yo también corra el riesgo de quedarme en silencio si me hablas extensamente del dolor de la humanidad: el hambre, la tortura, las drogas, la violencia.

Quizás no tenga nada que responderte si empiezas a hablar de guerra nuclear, de carrera armamentista o, para no ir muy lejos, del mega campo de tiro que colocarán en nuestras tierras, atacando nuestra seguridad, subvirtiendo nuestra economía. y sin importarnos todas nuestras marchas por la paz.

Quizás yo también me deje influenciar por el sutil encanto del pesimismo, si me hablas de la prostitución pública en las carreteras, de la proliferación de los robos en nuestras casas, del resurgimiento de la barbarie entre los menores en nuestra ciudad.

Quizás yo también ceda a la tentación del escepticismo si me detengo a escucharos sobre las maniobras de los poderosos, el llanto de los pobres, la miseria de los desalojados, la humillación de tantas personas sin trabajo.

Sé estas cosas: pero quiero jugar todas las cartas increíbles hasta la última y decir igualmente que nuestro llanto ya no tiene razón de existir.

La Resurrección de Jesús secó sus fuentes. Y todas las lágrimas que están en circulación son como los últimos desagües de las tuberías después de haber cerrado el acueducto.

Reconcilié monos con alegría. Que la Pascua derrote nuestro pecado, destruya nuestros miedos y nos haga ver la tristeza, la enfermedad, el abuso e incluso la muerte, desde el lado correcto: el del "tercer día". Desde ese lado, el lugar del cráneo nos aparecerá como Tabor. Las cruces parecerán antenas, colocadas para hacernos escuchar la música del Cielo. Los sufrimientos del mundo no serán para nosotros jadeos de agonía, sino dolores de parto.

¡Y los estigmas que dejaron los clavos en nuestras manos crucificadas serán las rendijas a través de las cuales ahora veremos las luces de un mundo nuevo!