Hermanos:
¡No salgo de mi asombro! ¡Hay que ver con qué rapidez ustedes han desertado de aquel que los llamó mediante la gracia de Cristo y se han pasado a otro mensaje! ¿Qué digo otro? Lo que pasa es que algunos los desconciertan intentando deformar el mensaje evangélico de Cristo. Pero sea quien sea —yo mismo o incluso un ángel venido del cielo— el que les anuncie un mensaje diferente del que yo les anuncié, ¡caiga sobre él la maldición! Se lo dije a ustedes en otra ocasión y lo repito ahora: si alguien les anuncia un mensaje distinto al que han recibido, ¡caiga sobre él la maldición! ¿A quién pretendo yo ahora ganarme? ¿A quién busco agradar? ¿A Dios o a personas humanas? Si todavía tratase de seguir agradando a personas humanas, no sería siervo de Cristo.
Hermanos, quiero dejar bien claro que el mensaje proclamado por mí no es ninguna invención humana. Ni lo recibí ni lo aprendí de persona humana alguna. Es Jesucristo mismo quien me lo ha revelado.
R/. El Señor recuerda eternamente su alianza.
Alabaré al Señor de todo corazón,
en la reunión de los justos y en la asamblea.
Las obras del Señor son grandiosas,
cuantos las aman meditan sobre ellas. R/.
Actúa con verdad y justicia,
son inquebrantables sus preceptos,
firmes por siempre jamás,
forjados de verdad y rectitud. R/.
Dio la libertad a su pueblo,
estableció para siempre su alianza,
santo y venerable es su nombre.
Su alabanza permanecerá por siempre. R/.
En aquel tiempo, un doctor de la ley, queriendo poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:
—Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le contestó:
—¿Qué está escrito en la ley de Moisés? ¿Qué lees allí?
Él respondió:
—Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu inteligencia; y a tu prójimo como a ti mismo.
Jesús le dijo:
—Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás.
Pero el maestro de la ley, para justificar su pregunta, insistió:
—¿Y quién es mi prójimo?
Jesús le dijo:
—Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos ladrones, que le robaron cuanto llevaba, lo hirieron gravemente y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por aquel mismo camino un sacerdote que vio al herido, pero pasó de largo. Y del mismo modo, un levita, al llegar a aquel lugar, vio al herido, pero también pasó de largo.
Finalmente, un samaritano que iba de camino llegó junto al herido y, al verlo, se sintió conmovido. Se acercó a él, le vendó las heridas poniendo aceite y vino sobre ellas, lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a una posada próxima y cuidó de él. Al día siguiente, antes de reanudar el viaje, el samaritano dio dos denarios al posadero y le dijo:
«Cuida bien a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi vuelta».
Pues bien, ¿cuál de estos tres hombres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de ladrones?
El maestro de la ley contestó:
—El que tuvo compasión de él.
Y Jesús le replicó:
—Pues vete y haz tú lo mismo.
Palabra del Señor